Las planchas de aquel tiempo empleaban la presión: sólo unos pocos conocían y utilizaban el calor. Para aquel fin se emplearon en la Antigua Grecia barras cilíndricas de hierro que se calentaban de manera directa. Eran una especie de rodillo parecido al de amasar que se pasaba y se repasaba sobre las prendas de lino para marcar los pliegues.
Un par de siglos después, los romanos planchaban la ropa y plisaban los vestidos con una especie de mazo, que más que planchar martilleaba las arrugas haciendo que el planchado se convirtiera en tarea muy pesada sólo apta para esclavos.
La evolución de la plancha está repleta de curiosidades y para que te hagas una pequeña idea, los orígenes de la plancha son bastante remotos. Debes saber que ya desde la antigüedad se sabía que las arrugas desaparecen con mayor facilidad con el calor.
Los chinos del siglo IV alisaban la seda con unos recipientes de latón de tamaño mediano provistos de un mango. En su interior se introducían trozos de madera aromática ardiendo, para que su suave aroma impregnase los tejidos y las ropas. Pese a ser una plancha antigua, era muy avanzada para la época.
En la Europa medieval los vikingos, a pesar de su fama de gente bárbara no eran ajenos al encanto de la ropa sin arrugas, y solían plancharla e incluso plisar sus atuendos utilizando para ello una especie de hongo invertido con el que repasaban la ropa húmeda.
La primera plancha europea fue el alisador de madera, vidrio o mármol que hasta el siglo XV se utilizó también en frío, ya que la goma vegetal utilizada como almidón no permitía usar el calor. Se trataba de planchas a modo de cajas calientes en cuyo interior se ponía un ladrillo previamente calentado o brasas.
Las familias humildes empleaban la plancha maciza con mango que se calentaba de vez en cuando al fuego con la desventaja de que el hollín se pegaba a la superficie y se corría el riesgo de tiznar la ropa.
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